viernes, 13 de enero de 2017

Escribiendo una música



No estoy muerto. Camino abierto al encierro de una hoja donde nada es intangible. Aquí la hostilidad del sol se perfuma con la mirada de aquellos que señalan rumiantes sus propios martilleos en mi cabeza fantasmal. Miro por la ventana y el cielo se ha oscurecido. No es de noche. El vidrio refleja la osamenta ansiosa que se desperdiga por el oído de esta sordera considerada como refugio, en este foso salvaje de gritos que se lanzan a la luz de un foco que alumbra este rostro frío. Se quieren meter en mi mente, pero no les dejo. Se quieren filtrar por mis ojos sacados al vacío, en sus rendijas de sombras que uso para protegerme. Nos han castigado a todos por la pelea de unos espíritus que penan como si estuvieran en limbos condenados a la destrucción sin partículas. Pero yo no estoy muerto, yo escribo y me encierro más para no ver la capacidad de los taladros. Voy dibujando un jazz sobre el cuaderno que huele a un saxo que percute sobre el piano. Nadie más lo puede ver. Cuido también de cubrirlo con la maleza del lápiz. Aún falta unas horas para respirar. De repente López ha venido a sentarse en mi camisa y se ríe meticuloso en la definición de lo repelente. No tengo la culpa de mi distancia con el suelo, no tengo la culpa de mi color chinchilla, de la vizcacha que me pronuncia la palabra desierto. No se ha ido todavía, se deja ese aire turbio que me golpea fuertemente la presencia. Se cree grande. Realmente es muy pequeño, como una hormiga. El miedo me sigue diciendo que no estoy muerto, a pesar de que nada es real, el golpe es gaseoso, mastico la memoria de mis puños dormidos y no cesa la lluvia. Vuelvo al lápiz. Un relámpago se apodera de mí. Es demasiada la furia de una falangeta. Y sigo latente, con el juicio escondido en los cabales dislocados, patente discurso de un elefante en reposo. El cuaderno me espera, los renglones me vuelven a sumergir porque ya se ha detenido el invierno. Ahí nado hasta la otra orilla, deslizándome sobre una melodía que voy escribiendo. Mañana volverán las arañas y seguiré vivo, mientras ellos seguirán siempre muertos.





Gio.

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