miércoles, 25 de noviembre de 2009

Lima no es tan horrible, Mamá

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03/11/2008

En estos últimos días que han pasado, ando algo sensible e irritable a la vez. El caos del tráfico, la contaminación, el observar la ineptitud del gobierno; mi equipo de fútbol limeño está noveno en la tabla de posiciones (por suerte en España soy del Barça, aunque viva en Madrid), los abismales matices sociales que existen en la capital; todas esas cosas sumadas me producen una serie de insatisfacciones y penas. Pero algo que siempre me ha sorprendido del limeño es, que no importa de que estrato social sea, siempre hay dinero para divertirse, ósea: para salir a bailar y beber como cosacos; algunos no salen, pero hacen fiestas en casa y también beben cantidades casi industriales de cerveza, la bebida favorita de los peruanos, junto con el pisco. Por supuesto yo no soy la excepción.

Ayer salí con mi madre a dar una vuelta por San Isidro y Miraflores, dos de los distritos limeños que están mejor cuidados, donde hay bonitos parques y tienen la suerte geográfica de limitar con el mar, en este caso me refiero solo a Miraflores. A San Isidro fuimos para visitar una entidad financiera que realizan giros de España a Perú; acompañaba a mi madre a recoger el dinero mensual que enviaban mis hermanas desde Madrid. Entramos al local y solo había una ventanilla abierta atendiendo a una persona, por suerte éramos los siguientes, no había nadie más en ese momento. Luego, después de cinco minutos atendían a mi madre, note que había un pequeño letrero que decía: espere su aquí su turno, y como pensé que solo tenía que estar mi madre con la cajera, me quedé esperando a cierta distancia. En ese instante entra un grupo de gente al local y procedí acercarme donde estaba mi madre, por si acaso, no me fío de nadie y tampoco me gustaban las caras de algunos que habían entrado; de pronto entra otro individuo más al local y mientras la cajera le devolvía el dni a mi madre, este sujeto se acerca y pretendía hablar con la cajera antes de que termináramos de recibir el giro; yo ya estaba saltón, vigilante, ya había observado a todos las personas de la sala y el tipo este no me daba buena espina; no le permití que se acercara demasiado y reaccioné inmediatamente, le dije con voz fuerte que esperara su turno y que no tenía porqué acercarse mientras haya una persona siendo atendida, el tío me decía que era una persona jubilada y que tenía derecho a ser atendido rápidamente, según una la ley que dijo que yo desconocía; le volví a increpar y me puse delante para no dejarlo pasar más de lo debido –me importa un huevo la ley, carajo, y retroceda que está incomodando a mi madre y no quiero tener que empujarlo- me contuve en realidad, el tipo me había puesto nervioso pero no tenía miedo, tenía rabia, bronca, todo sumado a mi irritabilidad, esperaba que me dijera algo para explotar, ni siquiera parecía un jubilado, le echaba cincuenta años como mucho. –¡Que me has dicho malcriado! ¡tú no sabes quien soy yo! ¡soy militar del ejercito y a mí me atienden cuando me da la gana!- Me dijo. Mi madre me decía que lo deje, que ya ha terminado de hacer la gestión. El gerente de la entidad salio a calmar los ánimos, no había seguridad dentro, por lo menos no salio ningún guardia, pero si me percaté que había cámaras de vigilancia. –Aprende a respetar los turnos- le dije –¡me da igual quien chucha seas, conchatumadre! ¡tu serás militar pero yo soy poeta!-. Y salí con mi madre del local refunfuñando.

-Discúlpame Mamá, pero detesto a la gente que no sabe respetar- mi madre me dice que estas cosas no pasan siempre, la gente no siempre es así, pero todavía hay gente que no sabe respetar los turnos en Lima. Ella se empezaba a reír mientras cruzábamos la calle, yo seguía maldiciendo el sujeto; me dice ella que si de verdad pensaba pegarle al milico, le dije que tal vez sí, que si terminaba de sacarme de quicio seguramente le daba algún golpe, un cabezazo por lo menos ya que el tío era más alto que yo. Me preguntó por qué le dije que era poeta, le respondí que fue por que me salió desde dentro, además que un poeta tiene una sola arma que es la palabra y eso puede ser más letal que cualquier arma. Mi madre se vuelve a reír y está vez de lo que le dije. –Ya no te amargues Giovanni, vamos a caminar por el malecón de Miraflores, aprovechando que ha salido un poco de solcito-

Llegamos al malecón y nos tomamos unas fotos. Respiré la brisa del mar que me calmó los ánimos y disfrutaba de la vista preciosa que hay hacía el océano Pacífico cuando el sol esta por caer. Eran las cinco y media de la tarde más o menos, caminamos desde el faro de Miraflores hasta la avenida Larco, pasando por el parque del amor, rodeados de un grupo de turistas japoneses, que también sacaban fotos con modernas cámaras fotográficas. El paseo fue corto en realidad, mi madre no puede andar mucho por que se cansa rápido, debido a su estado de salud. –A pesar de algunas cosas, Lima no es tan horrible, Mamá- Le digo. El mar hace que uno vea las cosas de otro color.



(Texto escrito el 3 de noviembre del 2008 en Lima y publicado ese mismo día en mi antiguo blog de crónicas "Ciudad Feroz")

Gio.

2 comentarios:

Adolfo Ruiz Zanabria dijo...

Siempre leo EL PLEBEYO. Está dentro de mis favoritos. ¿Por qué no lees el mío?. Blog: LETRAS DE BARRO. Saludos. Adolfo.

virgi dijo...

Te leo siempre, Gio, y me encanta. Tu visión de Lima con tu madre en el banco me da mucha ternura.
Un abrazo, poeta