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De niño, los puños, salpicaban a mi madre
y yo, dándole puntapiés al tobillo de los puños,
recogiendo los fragmentos de inocencia que caían al suelo
mi amiga, la calle, obraba con sus volutas de colores,
en esa gravilla protectora de su hierro
que impedían el daño del frío en mi garganta
la casa no podía más con su adobe,
el solar desconocía el cemento,
sólo sabía de la quincha del grito,
de sus cimientos cavernosos
Y todo fue intemperie, todo fue carrera por salvarse
de la lluvia de una Lima donde nunca llueve.
Gio.
1 comentario:
Muy buenos dos últimos versos. Un beso, Gio.
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